jueves, 14 de octubre de 2010

Capítulo XI: La mejor rutina


Despierto. La felicidad se apodera de mi cuerpo. Las ganas de empezar un nuevo día son la razón de una sonrisa de oreja a oreja. Miro alrededor y me doy cuenta que estoy cumpliendo un sueño. Un sueño que no quiero que acabe nunca. Empieza un nuevo día, un día lleno de emociones y sobre todo felicidad. Sonrisas, muchas sonrisas. Retos y objetivos que cumplir. Muchas ganas de enseñar y hacer que recuerden todo lo aprendido, pero al final siempre son ellos quienes me acaban enseñando más. Ayudar y que me ayuden. Compartir tu pobreza, con su riqueza interior. Intentar estar a la altura de las circunstancias. Ganas y esfuerzo, y mucho trabajo diario. Una sonrisa que te premia horas y horas de dedicación. Lágrimas y emoción cuando ves tu trabajo finalmente aplicado y aprendido. Dificultad máxima, pero recompensa aún superior. Miradas que te penetran y te dan hasta al fondo de tus sentimientos.

Aprender cada día algo nuevo que sin duda me lo llevo en mí para que no lo olvide en mi vida. Pobreza económica, riqueza interior. Discapacidad física, capacidad de llegar a emocionar a cualquier persona, y a transmitir felicidad y risas constantes. Vivir en mundo del que no estoy acostumbrado y en el cual soy más feliz que nunca. Sin que me enseñen he aprendido más que en todos estos años de escolarización. Y sin quererlo me iré de aquí siendo otra persona. Lecciones diarias, retos y propósitos. Felicidad al ver a ese niño que ha conseguido que lo quiera como a poca gente quiero. Entrar y ver como se abalanza a mí, eso sí que no tiene descripción alguna. Escaleras que no podía ni subir ni bajar, zapatos que no sabía atar, y su poco hablar… eso forma parte de su pasado. El presente, todo lo contrario. Estar con él, jugar, verlo como disfruta abriendo y cerrando el grifo, como prueba sabores nuevos como el zumo de piña que le encanta, enseñarle cosas vitales para su día a día, y sobre todo verlo jugar con los demás son momentos que me los guardaré siempre. Sacarlo de la familia más pobre de la escuela durante el día, sacarlo de unos padres que no se preocupan lo suficiente y que ni le enseñan a orinar. De un ambiente que por el simple hecho de haber nacido así no puede ser cuidado como los demás y por último sacarlo del sentimiento de culpabilidad por el hecho de ser pobre y encima discapacitado. Eso es un premio de Dios. Estar en la escuela es lo mejor de mi día. 

Comes y más tardes regresas a trabajar. Ves a los internos levantarse. Te ven, enseñas y después empiezas a jugar. Horas y horas hasta acabar. Una vez que los voluntarios estamos en el coche para irnos, sus manos invaden el cielo con un bye bye. Todos vienen a despedirse de ti, incluso a veces, alguno llora. Se acerca la noche, descanso. Pienso en todo lo que he hecho y es genial. Es momento de hablar y estar con los voluntarios. Ceno y sigo con tiempo libre. Me voy a dormir cada noche con la misma sonrisa con la que me despierto. No soy consciente de dónde estoy, de lo que estoy haciendo. Años y años tras un sueño que poco a poco me doy cuenta que se hace realidad. Cada despertar aquí es una pasada. Cada anochecer tiene el significado de que cada vez queda menos para empezar un nuevo día.

Esto es mí día a día, mi trabajo, mi felicidad, el regalo más grande de toda mi vida. Esta es la mejor experiencia de mi vida. Ese soy yo, la persona más feliz del mundo.





Con una chica que vino a entrevistarme

Bye bye

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